FLIM - Una película de mierda -

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Tres amigos deciden pasar un fin de semana en una casa de campo. El objetivo es rodar una película de terror y consagrarse. Lo que ellos no saben es que pasará lo de siempre: todo se irá a la mierda.
FLIM no ganó el premio a mejor película de habla no inglesa en los Oscars, tampoco ganó el gran premio del jurado en Cannes ni el Globo de oro. Jamás compitió (ni competirá) en los Goya y menos aún en los premios Bafta.
Dentro del marco del MIERDERET LITERARIO, el Colectivo GILLES DE RAI rodó esta película con el único fin de quedar en ridículo delante de la platea pero, en lugar de perder los pocos amigos que tenía, la masa pidió volver a ver esta bazofia.

MORIR AFUERA AHORA TAMBIEN EN LA PLATA

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Empezamos contentos este 2014 con una buena nueva: ahora la novela Morir Afuera está disponible también en la Plata, en Giroloco Libros (Plaza Italia 157). Vayan y vean. Por cualquier consulta, escríbanle a Claudia, nuestra amiga de la foto, responsable ademas de La Diversa Libros. Abrazos para todos.


ORIANA WELLS

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Hubo un tiempo en que la vida de Oriana Wells no encontraba mayores contratiempos que un trabajo monótono, un pequeño grupo de amigas que no lo eran tanto y un batallón de hombres que apenas la miraba. Pese a que estos inconvenientes no eran muy distintos a los de la mayor parte de las chicas de su edad, una tarde de primavera Oriana decidió tirarse de cabeza al río.

Aunque vivía cerca del puerto tardó cinco horas en llegar porque no terminaba de encontrar el vestido apropiado. Eran las dos de la madrugada cuando un globo de tela azul-celeste se hundió en el agua y eran las dos y cinco cuando Oriana se sintió estúpida en compañía de las algas y los peces muertos, pero como se imaginaba terminada no buscó la manera de salir a la superficie. De todas maneras, con poco esfuerzo, la corriente la expulsó a la orilla. No se encontraba en un sitio profundo y el único que corrió a su encuentro fue un perro mojado que la tironeó del vestido hasta la zona en que la arena se mantenía seca.

Había tragado bastante agua podrida, pero como no había llegado a ahogarse ni a perder el conocimiento, comprobó que estaba hecha un desastre con el vestido mugroso y el pelo pegoteado de las porquerías que flotan en el río. El perro era negro, de pelo corto y cuando la vio incorporase empezó a correr por la playa y se perdió en la oscuridad. Oriana volvió caminando despacio a su casa con los zapatos en la mano, pensando que hubiese sido más acertado saltar por la terraza de la fábrica de caramelos donde trabajaba; suponía que los siete pisos de altura no dejarían margen de error.

A la mañana siguiente tenía el estómago revuelto, volvió a elegir la ropa y salió más temprano que lo habitual. Su plan era llegar primero que sus compañeras de planta, con las que acostumbraba a desayunar antes de empezar el turno, y subir hasta el último piso. Pero cuando llegó el autobús y se sentó en el anteúltimo asiento de la derecha un hombre de corbata morada, camisa verde y traje gris de rayas blancas se presentó como Luppo, le dio la mano con vehemencia aunque sin dañarla y le pidió que esa noche aplazara su paseo por el río para tomar un café con él.

En otro momento, con la descompostura que sentía, hubiese desechado la invitación sin molestarse en contestar, pero la certidumbre que el desconocido mostraba, en lugar de asustarla, le hizo posponer su suicidio para el día siguiente. Convinieron en encontrase, a las ocho, en el bar Miraggio, que quedaba a dos calles de su casa, pero al que Oriana nunca iba porque tenía reputación de tugurio.

Llegó con un retraso de diez minutos, porque en su casa se había demorado junto a la sexta taza de té del día, dudando si acudir al encuentro con dolor de estómago; pero se obligó a ir de todas maneras porque sino el aplazo de su proyecto no hubiese tenido sentido. Desde la acera pudo distinguir a través de la ventana la manga rayada del traje, la mano izquierda tamborileando un ritmo sobre la mesa y la derecha sosteniendo el diario que le tapaba la cara. Lo encontró leyendo la página de policiales, cuando la miró Oriana pudo percibir que, detrás de la sonrisa de bienvenida, los ojos oscuros del hombre se habían estado riendo o llorando, no podía estar segura.

Antes de preguntarle qué quería tomar pagó el café que estaba tomando aunque el pocillo estaba por la mitad, le pidió disculpas y le dijo que ese todavía no era el sitio que le correspondía a una mujer como ella. Oriana sintió un pinchazo de indignación y le preguntó airada qué quería decir con lo de todavía, pero Luppo pareció no darse por enterado de la estridencia y le respondió con un guiño.

Luego la tomó de la mano y la invitó a caminar; ella estaba tan desconcertada que se dejó llevar, pero a los treinta y dos pasos, en mitad de una frase que perdió el sentido, se desmayó. Al despertarse se encontró tendida en la arena, con el frío de la noche inflándole el vestido mojado y un perro negro olfateándole el pelo.

Se quitó los zapatos y comenzó a caminar por la playa persiguiendo al perro que trotaba delante de ella hacia la costanera. Cuando se le perdió de vista se dio cuenta que, aunque las persianas estaban bajas, en Miraggio había gente, porque desde la calle se escuchaba un acordeón con un fondo de voces que cantaban. Oriana se atrevió a tocar la puerta, le abrió una mujer de pechos amplios, sonrisa luminosa y ojos redondos, con las pupilas dilatadas como dos girasoles. Le miró el vestido embarrado, pero sólo pareció verla al tocarle el pelo sucio con una mano que olía a pan.

- Luppo, te buscan.- gritó la mujer estirando los labios hacia el interior de Miraggio, sin dejar de sonreírle.

El hombre salió a recibirla con los brazos abiertos, no llevaba corbata ni chaqueta, tenía los ojos alegres, con una alegría distinta de la del alcohol, y un vaso de tinto en la mano. La invitó a entrar, le pasó el vaso y la presentó a los que estaban bailando alrededor de una nena vestida de rosa, con flores en el pelo, que tocaba el acordeón subida a dos sillas.

-Famiglia: Esta es Oriana, que se muere por conocer las alturas.

Todos se rieron y siguieron bailando, la mujer que le había abierto la puerta los abrazó y les deseo felicidades y ellos subieron por una escalera de madera hasta la terraza del bar. Desde ahí se podía ver el faro que balanceaba el haz de luz sobre los techos de chapas; el agua colorada lamía los cascos carcomidos de los barcos que atracaban y tiraban amarras. El frío no se sentía, aunque soplaba una brisa con la fuerza suficiente como para alejar de las estrellas los nubarrones hinchados de la tormenta, fue entonces cuando la luna se descubrió redonda, como una gota de leche espesa.

Así se les pasó la noche, mirando el cielo y aullándole al viento, y a la mañana siguiente, en el desayuno, cuando sus compañeras le preguntaron por el arañazo que le asomaba debajo del cuello del uniforme, Oriana les contestó que se lo había hecho un perro, jugando a lo bruto.        

                                                                     @nataliatxt